Más vale el buen
nombre que las muchas riquezas, y la buena fama vale más que la plata y el oro.
(Proverbios
22:1)
La
reputación de una persona está directamente relacionada con su buen nombre, con
la percepción que los demás tienen de ella y con su imagen. Todos desean tener
un buen nombre, lograr la admiración y el respecto de las personas. Aún
más en este país donde verificase por el nombre el crédito de cada persona.
Yo estaba mirando el discurso del hombre más rico de China, su nombre es Jack
Ma, el dijo que la clave de su éxito está asociada a su buena reputación en los
negocias. El señor Jack dijo, hace unos 15 años atrás yo pregunté a mi esposa: ¿Mi
amor usted quieres que sea un hombre rico o un empresario respectado? Ella
dijo: Un empresario respectado, porque pensó que yo nunca quedaría rico.
Hasta
mismo el Señor Jesucristo preguntó: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del
hombre? Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros;
Jeremías, ó alguno de los profetas. El les dice: Y vosotros, ¿quién decís que
soy? Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente. (Mateo 16:13-16) Ahora, si yo preguntará para sus amigos,
vecinos o seres queridos; ¿Quién eres usted? ¿Lo que ellos iban me decir? ¿Cuál
sería su percepción acerca de usted mismo? Nosotros como representantes de
Jesucristo tenemos que tener una buena reputación, jamás vamos agradar a todos,
hasta porque no somos perfectos. Sin embargo somos embajadores de Jesucristo en
este mundo, por lo tanto luchemos por glorificar su nombre.
Jacob
tenía una pésima reputación, era conocido como tramposo, mentiroso, engañador,
falso etc.. Pero Jacob tuvo la oportunidad de cambiar su nombre y el no la
desperdicio. Luchó con el Ángel hasta romper la alba, está escrito: Y
dijo: Déjame, que raya el alba. Y él dijo: No te dejaré, si no me bendices. Y
él le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y él dijo: No se dirá
más tu nombre Jacob, sino Israel: porque has peleado con Dios y con los
hombres, y has vencido. (Génesis 32:26-28)
En unos
de los momentos más difíciles de la nación Americana, Patrick Henry dijo: Sr.
Presidente, es natural al hombre entregarse a las ilusiones de la
esperanza. Tenemos la tendencia a cerrar los ojos ante una verdad dolorosa, y
escuchar el canto de sirena hasta que nos transforma en bestias... Señor
Presidente, ¿que hemos estado intentando en los últimos diez años? ¿Tenemos
algo nuevo que ofrecer sobre el tema? Nada. Hemos mantenido el tema en cada luz
de la que es capaz, pero ha sido todo en vano. ¿Vamos a recurrir a la súplica y
súplica humilde? ¿En que condiciones nos encontramos que no se hayan agotado
ya? Os ruego, señor, que no nos engañemos a nosotros mismos... Señor, no somos
débiles, si hacemos un uso adecuado de los medios que el Dios de la naturaleza
ha colocado en nuestro poder… La guerra es inevitable. Así pues, ¡dejadla
venir! Repito Señor: ¡Dejadla venir! ¿Es la vida tan preciada, o la paz tan
dulce, como para ser comprada al precio de las cadenas y de la esclavitud?
¡Prohíbelo, Oh Dios Omnipotente! Ignoro el curso que otros han de tomar; pero
en lo que a mí me respecta: ¡dadme libertad o dadme muerte!
En los
días del profeta Elías el pueblo estaba dividido entre el verdadero Dios y los
falsos dioses. La lucha de Elías fue para revelar el verdadero Dios, y fue en el
monte Carmelo, cuando él restauró el altar y sacrificó, que el verdadero Dios
se reveló. Entonces cayó fuego del Señor, el cual consumió el holocausto, y la
leña, y las piedras, y el polvo, y aun lamió las aguas que estaban en la
reguera. Y viéndolo todo el pueblo, cayeron sobre sus rostros, y dijeron: ¡El
Señor es el Dios! ¡El Señor es el Dios! (1 Reyes 18:38-39) En esta fe
nosotros vamos subir el monte Carmelo, llevando los pedidos de aquellos que
harán un sacrificio a Dios, y por la fe, muchos van a creer en Dios, basado en
su buen testimonio.
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